Realizó un experimento insólito: logró insertar en el código genético de estos microorganismos un «alfabeto químico» que genera un hermoso soneto hasta el fin del mundo.
Decía el gran William Burroughs que el «lenguaje es un virus», y esta afirmación categórica de tan solo cuatro palabras pasaría a la historia, no solo por su aplicación a la hora de definir la cultura cibernética en la que estamos inmersos. El escritor beat era un adelantado de su tiempo, un poeta alucinado que llegó a la conclusión de que la transmisión de información y significados a través de textos tenía un marcado carácter vírico, contagiaba a los cuerpos y modificaba su manera de ser y habitar en el espacio, lo que a su vez confería al lenguaje una propiedad extrahumana al considerarlo como algo independiente a nuestra voluntad.
Precisamente, hay un hombre que llevó la afirmación de Burroughs hasta su máxima literalidad. Christian Bök, profesor de Lengua Inglesa en la Univeridad de Calgary, en Canadá, consiguió algo realmente inédito en el campo de las ciencias y la literatura: hacer hablar a una bacteria prácticamente imperecedera. No solo le confirió el poder de generar texto, sino que le otorgó unas capacidades órficas para que escribiera con una emotividad digna de un ser humano.
«Estoy diseñando una forma de vida para que se convierta no solo en un archivo duradero para almacenar un poema, sino también una máquina operativa que escriba poemas, una máquina que pueda persistir en el planeta hasta que el propio sol explote». El 2 de abril de 2011, Bök anunció en la página de Poetry Foundation el éxito de su experimento, único en el mundo, fruto de una mente brillante. Un agente microscópico como la bacteria Deinococcus radiodurans, el ser vivo más resistente a condiciones inhabitables de calor y radiación, llevaría consigo hasta el final de los tiempos lo que denominó Xenotext, la capacidad de escribir de manera autónoma y por sí misma un soneto. ¿Cómo?
«Bök compuso Orpheus, un soneto que, al incorporarse al ADN, proporciona información para que la bacteria escriba un poema nuevo»
«Bök diseñó un ‘alfabeto químico’, que consistió en cifrar arbitrariamente cada una de las 26 letras del alfabeto inglés a un codón», explica Michel Nieva, profesor de la Universidad de Nueva York, en su libro Tecnología y Barbarie (Anagrama, 2024), en el que dedica un episodio al filólogo canadiense. «El codón es una secuencia de tres nucleótidos de ADN o ARN que corresponde a un aminoácido específico. Los nucleótidos posibles que pueden componer el codón son cuatro: A (adenina), C (citosina), G (guanina) y T (timina). Por ejemplo, al codón AAC, Bök le atribuyó la letra P, al GAG, la O, al CCG, la E, y al GGC, la T». Si reparamos en la palabra que Nieva acaba de formar con esta cadena de ADN, nos saldría poet.
Christian Bök en una foto de archivo.